La energía es el corazón, el alma de la economía mundial. Un debate importante y un reto que se presenta en las futuras décadas es el nuevo paradigma energético: para las economías altamente importadoras de recursos energéticos, cualquier posible amenaza a la disponibilidad de estos recursos puede afectar negativamente a la prosperidad.
El acceso a las fuentes de energía primaria se encuentra marcado por unas dificultades crecientes en cuanto a la disminución del volumen de reservas y los costes de extracción por un lado y, por el otro, la contienda política que supone por ser zonas de cierta inestabilidad y por la competencia creciente entre economías demandantes de mayor cantidad de energía. Todo ello supone un previsible aumento continuado del precio de los recursos energéticos.
En este sentido, avanzar hacia la eficiencia energética y reducir en cierto modo la dependencia de la energía significa una cuestión de seguridad y estabilidad de su industria con vistas al futuro a la par que un instrumento de fiabilidad en el crecimiento económico. La energía constituye una entrada básica para los procesos industriales y una partida importante de los gastos variables, de modo que controlar esta entrada implica controlar su vulnerabilidad ante posibles fenómenos de escasez o incrementos de los precios.
Además, para hacer frente a esta cuestión estratégica que supone la disponibilidad de recursos energéticos y también la presión en relación a la necesidad de frenar las causas del cambio climático de origen humano, es más que probable que asistamos a futuras iniciativas legislativas nacionales e internacionales acerca del uso de la energía y de su precio. De hecho, algunos países ya están implementando políticas para promocionar la eficiencia energética y a nivel europeo se fuerza la eliminación de los motores ineficientes.